lunes, 6 de julio de 2009

Tengo una corazonada

Si la adaptación a un entorno y cultura nuevos suponen un gran esfuerzo ¿qué sucede cuando el tiempo va pasando y, no sólo no se alcanza el objetivo, sino que comienzan a pasar los días, las semanas, los meses y los años y nada cambia o, en todo caso, empeora?

Si no se regulariza la situación legal, no se puede trabajar. Si no se trabaja no se puede pagar el alojamiento ni la comida ni los gastos más básicos que genera la vida cotidiana. Y menos aún, enviar dinero a casa, que en muchos casos es para lo que se vino aquí. Porque con frecuencia el emigrante africano es el elegido por la familia extensa para hacer el gran viaje. En él se ponen todas las esperanzas y con frecuencia todos los ahorros de muchos miembros de la familia que permitirán costear el viaje. ¿Cómo se puede volver a un lugar en el que todo son deudas económicas y, principalmente, morales?

La presente situación económica mundial, eso que todos repetimos como papagayos sin entender bien porqué ha llegado, “la crisis”, está poniendo a los inmigrantes que están en situación irregular en nuestro país, y muy especialmente a los inmigrantes africanos, contra las cuerdas. Si antes era difícil sobrevivir, ahora resulta casi imposible, a no ser por la ayuda en especie que proporcionan algunas asociaciones, por la propia solidaridad africana, que hace que un sueldo y una vivienda den para vivir unos cuantos bajo el mismo techo, o por las limosnas encubiertas que reciben por la compra de una revista a la salida del supermercado. Pero las calles de nuestras ciudades y, en especial, las calles de Madrid, sueño olímpico por medio, acogen cada noche a más africanos expuestos a la inclemencia del tiempo o a la violencia gratuita de cachorros cuyo tedio no dicta actividad mejor que apalear a un desposeído, mejor aún si es negro. Pero eso es algo que no vieron las señoras y señores del Comité Olímpico Internacional.

Tengo una corazonada. Sí, tengo la corazonada de que alguien ha decidido a que estas personas desaparezcan de nuestra ciudad. De que alguien ha tenido la fantasía de que, haciéndoles la vida cada día más difícil se esfumarán de nuestras calles, de nuestros barrios, de la puerta de nuestros supermercados. Porque las redadas “a domicilio” me hacen pensar que es así, porque su estado de salud y, más concretamente su estado anímico se deteriora y el futuro se ha convertido en largas noches de insomnio preguntándose qué será de sus vidas y de las de los suyos.

Pero también he descubierto algo. Que la resiliencia de estos hombres y mujeres es inmensa, que su paciencia es infinita y que su sonrisa sigue siendo un rayo de luz en la noche de su bella piel negra que nos anima a seguir adelante a pesar de las adversidades. Porque el hombre, los seres humanos todos, merecen algo mejor y por eso luchamos y seguiremos luchando quienes estamos a su lado.


(Artículo enviado por Teresa)

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