África no existe, escribía Kapuscinsky. Y al gran maestro no le faltaba razón en su afirmación. Los países que forman ese gran continente tienen pocas similitudes entre sí. Afirmaba que África era casi una abstracción y cada uno la sentimos de forma diferente; cada uno tenemos nuestra África particular. La mía tiene dos caras, cada una con imágenes y sensaciones diferentes.
Por un lado es el paisaje de los campos de refugiados, donde la gente duerme amontonada en el suelo y vagan con las miradas perdidas, son las masacres indiscriminadas llenas de actos salvajes, es el terror que despiertan los ejércitos sanguinarios y las dictaduras asesinas.
Por otro lado, son las extensas campiñas, los animales salvajes, la libertad en estado puro, la explosión de vida que se desprende en cada árbol, en los campos y en los caminos, las sonrisas de los niños, la belleza de los paisajes y de los atardeceres.
África tiene la forma de un corazón humano, como dijo Graham Greene, y palpita con hondo dolor y con alegría desbordada al mismo tiempo.
Mezcla de belleza y dolor, que duelen de tan reales en este corazón del mundo que se desangra de dolor mientras palpita con alegría.
miércoles, 24 de junio de 2009
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